Por: Paúl Córdova Guadamud
Diciembre llegó y con él una sensación a canela, galletas, mortiño, pino y miel. El espíritu cambia, el cuerpo está dispuesto, una ola de celebraciones se avecina y nos ponemos a planificar la larga agenda del mes. Dónde pasar las fiestas, cuándo visitar a los parientes, dónde dejar a los pequeños, quién será el amigo secreto, qué cocinar: pavo, lechón o pernil, qué regalo voy a recibir, qué obsequio voy a regalar, dónde comprar los regalos y qué presupuesto tengo para gastar, pero muy pocos se hacen la pregunta que es título de este artículo.
Los escaparates adornados nos han absorbido en una realidad en la que no somos capaces de distinguir el verdadero sentido de la fiesta navideña y nos conformamos con asumir que debemos gastar para regalar y cubrir una apariencia. Recuerden los momentos de angustia que se pasan cuando se sortea el amigo secreto y cruzamos los dedos de pies y manos para que no nos toque con el jefe o algún familiar en especial. Todo por la preocupación del gasto que genera y no como la oportunidad para demostrarle cariño, y así otras experiencias muy relacionadas que podríamos redactar y que lo único que hacen es mostrar la forma en cómo se opaca el verdadero sentido de la celebración.
Aunque la tradición y la historia nos han contado las versiones más cercanas a Papá Noel, todos relacionamos el mito del viejo gordo, bonachón que regala presentes a todos, especialmente los niños; sin embargo, centremos la atención justamente en la idea del regalar presentes. Una noción, en inicio esperanzadora, centrada en el compartir, pero de forma oportunista empañada por el mercantilismo y el profundo sentido del consumo, con lo que logramos ser solidarios únicamente con el bolsillo de unos pocos que nos venden una mal habida felicidad representada en regalos costosos.
Hemos caído en la trampa del consumo y aunque no es prudente criticar los motivos para regalar, sí es coherente reflexionar dentro de la familia sobre el verdadero sentido de la Navidad. Pensemos sobre la opción real de acoger a Jesús en nuestros hogares, lejos del ruido, de los escaparates, de las luces titilantes que tratan de seducir nuestros sentidos para gastar.
Navidad no es la celebración de una fiesta como un cumpleaños, es la rememoración de un hecho real que para nosotros, los cristianos, marca el nacimiento del Salvador, aquel que vino a nuestro mundo, débil y sensible para salvarnos. Nos muestra la misericordia de Dios para con su pueblo, su amor al enviar a su propio hijo como uno más y que viva entre nosotros. Por todo eso, al optar celebrar la Navidad junto a Jesús, es necesario que nos preparemos para recordar su venida en casa. Debemos guardar la temporada de Adviento, reflexionar en familia sobre la verdad de esta fecha y cómo impacta en cada uno, cuáles son nuestros compromisos y podemos hacer tangible el nacimiento de nuestro Señor en cada hogar.
San Juan Pablo II ya lo dijo: «Jesús nace para la humanidad que busca libertad y paz; nace para todo hombre oprimido por el pecado, necesitado de salvación y sediento de esperanza».
Optar por Jesús y no por Papá Noel, es tomar la decisión de abrir la puerta de casa y de nuestro corazón a Jesús hecho niño, nacer nuevamente como Él, vulnerable, inocente, lleno de expectativas, con el corazón ligero para amar, tardo para enojarse y dispuesto para perdonar.
Optar por Jesús y no por Viejo Pascuero, es preparar a nuestro hogar para recibir al Niño Jesús, limpiar la casa, construir entre todos un espacio especial para esperar su nacimiento en el pesebre, es hacer que en casa todos participen de este momento.
Optar por Jesús y no por Papá Noel, es celebrar la temporada de Adviento con todo el fervor y emoción de quien espera la llegada de un visitante especial a casa y que no queremos que se vaya. Aprovechemos el tiempo para arrepentirnos y reconciliarnos con nuestro Señor Jesús y con todos los demás que son parte de nuestra vida.
Optar por Jesús y no por Papá Noel, es renunciar al centro comercial, a la tienda de juguetes, es volver a la Iglesia, ir en familia a visitar a Jesús. Es hacer obras de misericordia con nuestros hijos y ser ejemplos de una verdadera Navidad, hacer que el espíritu de Dios inunde nuestro corazón y nuestro hogar.
Optar por Papá Noel, representado en los centros comerciales, es una decisión sencilla, que sirve como un parche o un placebo que nos da la sensación de satisfacción y que al final deja un juguete sucio y un corazón vacío.
Que esta Navidad elijamos a Jesús sobre las luces, los obsequios y las fiestas. Que esta Navidad sea real y no la falsa sensación de satisfacción. Que el olor de la canela, galletas, mortiño, pino, miel, el amor y las buenas obras sean el aroma de nuestro hogar y por donde pasemos.
¡Feliz Navidad!
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